Misceláneo: El día que Manni dejó de ser Manni

Por Yago Salmón De Lucio


Fotografía por Yago Salmón De Lucio. Buenos Aires, Argentina. (2019)


El día que Manni dejó de ser Manni


Fue solo cuando partió y subió al bondi que comprendí, los amigos se van cómo un autobús que no frena hasta la siguiente estación. Las mujeres también se van como un trago de cuerda floja que atraviesa nuestro pecho en forma de soga al cuello y todo esto tras salir de un día soleado en la oscuridad de un planetario que solo señala aquellas constelaciones con las cuales nos sentimos identificados. Es imperativa la presencia de una emoción siempre que algo parte, dando cavidad a aquello que llega, como un fin que da inicio a otra situación, un ciclo retroalimentativo. Una tristeza pincelada de esperanza por un frustrado presente que ya perdió su identidad y con el tiempo, se volvió pasado; un futuro con la incertidumbre de saber si habrá prosperidad o entierros tétricos, pero con la certeza de entregarnos eso que mejor sabe retribuir, un final seguro. Un final que nosotros llamamos Muerte. Y nos persigue la muerte, siempre nos persigue. De hecho, la llevamos cargada al hombro porque el día que comprendemos que no hay día comprado, también señalamos haber descifrado el secreto de la vida. Vivir a la intensidad de una onda gamma que siempre que existe, desprende una radiación que estimula o crispa al más valiente científico, a todos aquellos con los que estrellamos. Aprendemos además a ser grandes con la mínima fe de esperar que nosotros también atraigamos gente con nuestra gravedad. Humanos que nos llenen la vida de experiencia inmutables incluso para la muerte, historia que nunca se borra, el pasado de aquel cielo prometido y que incluso los ateos añoramos.

Así fue que el peluche que alguna vez me había entregado con tanto amor para acompañar mi viaje, también mutó en un amuleto que, tendido sobre mi cubrecama, me miraba fijamente a los ojos inyectándome con su presencia, lo idiota que había sido. Fue así que una conversación con amor se tornó en una discusión sobre el amor, sobre los celos y la maldita manía de recordarme que me encontraba diariamente a casi cinco mil kilómetros de casa. Fue cuando me preguntó si deseaba ser su amigo que las catacumbas de mi antiguo talón de Aquiles refunfuñaron estar más prendidas de mi anatomía que nunca, más encendidas que fosforo inflamable. Exploté volátil e impregné las paredes de mi hulla sobrante. Tengo fama de quemar al punto de ebullición más candente de los metales pesados, aparento esparcir resina negra cada que me enojo, cada que me entero que tuvo sexo con otro hombre que solo apreció el caballo de Troya que significaba ingresar a su cuerpo, su agrietado espíritu.

-         ¿Por qué?

Porque nunca se apreció como debía, siempre permitió el sublime exceso de los placeres que conlleva la quimera del orgasmo en alguien que se cuestiona más el placer que su propia pareja. Que absorbe como una fecundada esclava de la promiscuidad todo hombre que siempre la toque con desdén, siempre que sienta eso único que la hace sentir viva. Una caricia de amor propio enmascarada de amor falso, de fetiche, del egocentrismo de un cuerpo agradable a la vista y ferviente al tacto. Siete mil millones de almas y cero autoconocimientos “per cápita”, en peligro de extinción por unidad de expresión. El guiño de un abrupto siglo que solo nos juzgará por todo aquello que haga feliz al común denominador, a la medusa, a los hombres piedra. Porque ni siquiera un niño antorcha será capaz de mostrarle a aquel Manni corrupto que los peluches infiltrados en la cabeza del fogón harán que el fuego arda como ardieron las palabras de la pequeña pilota, su antigua dueña y poseedora.

-        Explícame peluche de lana, explícame que hacemos en una misma cama su recuerdo y yo, su perfume que solía acompañarte y yo. Estoy harto que siempre me claves la mirada Manni, no soporto que siempre frunzas el ceño. ¿Cuándo volverás a verme como antes? ¿Cuándo volverás a ser el mismo peluche que alguna vez me encargaron cuidar?

La noche borracha, sonrojada percibió el antifaz que el muñeco había decidido ponerse y permitió que el joven se acostara sobre los brazos de (Morfeo/pastillas para dormir) que en algún pasado crítico integraron grandes segmentos de su vida/muerte. Porque no existe nada más doloroso que enterarse que alguien que amas fue profanado por la idea de pensar que todo lo malo es un caramelo de la vida, un chupete que luego de ser babeado se impregnó de un polvo que, al meterse a la boca, la volvió eufórica. No conocí jamás un drogadicto más abstemio pero furioso por volver a saborear su toxina favorita, su amor prohibido. Porque si yo fuese Adán y tu mi fruto del árbol, nos habríamos fundido hace mucho en la idea que eres mi costilla y yo tu eterno pecador. El cúmulo de eternos retornos en un cáliz de sustancia homogénea.




Yago Salmón De Lucio es un escritor peruano de veinte años amante del arte. En la actualidad estudia la carrera de letras en la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Es el creador y editor del blog. Instagram: @yagosalmon y @elportadordelapolilla


Comentarios

  1. Buena narración ...tb. me hiciste reir😊😂

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  2. Yago, insisto como abuelo, quiero que seas esponja para la luz y la alegría, y piedra para la oscuridad y la tristeza.

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