Misceláneo: El autor de la página en blanco

 Por Yago Salmón De Lucio


Fotografía por Yago Salmón De Lucio. Buenos Aires, Argentina. 2018.

El autor de la página en blanco

Toda buena historia comienza con el curioso por aventura. El personaje que a pesar de sus temores, arriesga incluso su felicidad para sumergirse en un océano de sensaciones distintas, imprescindibles en la realidad ficticia. Incluso los escritores somos aventureros de nuestros propios sentimientos y es que decidir qué plasmar en el papel con el bolígrafo o el teclado de una laptop antigua, puede ser nuestra propia odisea. Nosotros, los que siempre tenemos algo que decir, los que nunca callamos; aunque nos cueste la vida. No conocemos mejor forma de vivir que tirando las prendas por la ventana y describiendo el olor del café tostado o el perfume natural de toda musa. Nosotros, los escritores, somos los mejores desnudistas que existen. Cada línea escrita e incluso cada palabra, lleva una infinidad de significado codificado en el recuerdo de cada uno de los autores dispuestos a dejar la vida en el papel. Incluso cuando nadie nos lea, incluso, cuando se escribe para uno mismo, porque escribir, también es amarse y descubrir que el océano más profundo se encuentra en criaturas con dimensiones insignificantes en relación con el resto del universo, el humano. Somos máquinas de pasión y lógica, artistas y mecánicos, somos creadores y destructores. Encontramos misterios en ambos lados de la ambivalencia porque además del blanco y negro, muchos tergiversamos, mezclamos, fusionamos los colores para la paleta imprescindible de grises donde la profundidad de la sombra hará aquello que los detalles hacen en los escritores. Algunos lo llaman magia, agnósticos como yo, lo llamamos intensidad, contraste.

Había escuchado en múltiples entrevistas a diversos escritores, hablar sobre el síndrome de la página en blanco. Muchos habían pasado por una experiencia similar en donde se sentaban frente al papel/pantalla y su “excepcional” imaginación no daba los frutos que comúnmente suele dar. Es curioso porque hasta el día de hoy, jamás me había pasado. Decidí que escribiría sobre mi experiencia y de pronto, comencé a fluir, jugar con las palabras como lo vengo haciendo hace muchos años, pero tras leer el contenido, me percaté que a pesar de llevar casi cuatrocientas palabras, no había dicho absolutamente nada interesante. Es entonces que me permití sentarme a pensar, ¿Qué me estaba pasando?. Mi imaginación suele ser como un musgo de agua salada que crece cual mala hierba en todo el jardín y en muchas ocasiones parece que se necesita de la ayuda de un incendio para parar la desesperante invasión. Por lo general, suele haber una discusión entre los artistas más renombrados en donde el tópico principal lleva la premisa: “Escribir es un trabajo basado en la constancia o es más bien un arte que solo se divulga en momentos de inspiración/iluminación”. Por mi parte, creo haberme posicionado en ambas caras de la interminable discusión aunque hoy, podría afirmar, que un artista que pinta sin ganas, es un cuadro vacío. De ahí a la interpretación subjetiva que cada uno le pueda dar, ya es materia personal, pero puedo asegurar, que no hay cuadro mejor pintado que aquel que lleva emociones de por medio.

Y es que una cosa nos lleva a la otra. Del amor al odio, de la emoción a la desesperación, de la página en blanco al poeta frustrado. Ya es una práctica el hecho de que toda acción tiene una reacción y es que incluso para acelerar, necesitamos una base firme en la cual apoyarnos. Hoy pensé que me convertiría en ese autor de la página en blanco del que nunca había tenido que temer pero al parecer, hasta el día de hoy, jamás he podido callar mi voz interior ansiosa de contar mis secretos más profundos y mis cicatrices más antiguas. Supongo que compartir mi vida me hace sentir tranquilo y es que incluso cuando la comparto conmigo mismo es un desfogue. No es primera ni será la última vez que no tenga a nadie más a quién contarle mis cosas y para eso siempre estará el papel dispuesto a ser escrito por mí. Publicado o escondido en el fondo de un archivo, los escritores somos todo aquello que publicamos y todo lo más escondido también; incluso me atrevería a afirmar que lo más hundido a veces dice mucho más de nosotros que todo aquello destinado a ver la luz. Somos topos de subterráneo y buscadores del todo, al igual que el resto. Algunos son cobardes y otros se atreven a tirarse por el acantilado para saber qué es lo más profundo que se puede estar. Con suerte, si es un escritor, seguro que incluso donde jamás había llegado la luz, su descripción dará información suficiente para darnos una imagen mental de algo jamás visto por nuestros propios ojos.

Eso somos los escritores, personas que siempre tienen algo que decir, pero que no siempre somos capaces de contar. Humanos que tienen un cerebro revoloteando por todos lados y obligándonos a ver que el rojo es además escarlata. Chismosos famélicos de contar un secreto nunca antes contado.


Yago Salmón De Lucio es un escritor peruano de veinte años amante del arte. En la actualidad estudia la carrera de letras en la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Es el creador y editor del blog. Instagram: @yagosalmon y @elportadordelapolilla

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